Oda Neperiana



No hay nada que le podamos ocultar a nuestra señora la mestiza de Lazarte si está sobre nosotros donde tan fácil para ella es penetrarnos y dejarnos retorcidos tal moscas aplastadas moscas verdes y amarillas moscas de la fruta virgen  la de  medianoche la de Daniel Santos ante la cual se prenden estrellas entre velas al pie de un manto cristalino nuestra señora que amó a la sombra temblorosa en la floresta derretida de Endimión el flaco


(su carita es de yute fosforescente así debe ser el sol devorado entre sus venas su accidentada faz traza el palpitante camino para el conejo lunar qaqcha maki de la tarde a punto de saltar lejos de la noche)

lo que nos repudia del brillo de nuestra señora es su origen la copula imposible que la marca es que ella no debería tener impedimento para realizar obtener cazar lo que desea poseer su deseo las nalgas de Endimión el flasco con los dientes privilegio de dioses aquella frustración que la viscosa tradición de los neo-ge-latinos atribuyen a diana una aberración a la divinidad presunción antropocéntrica total somos el ombligo salido del universo mis gases crean galaxias nebulosas gusanos supernovas alimañas que nos reptan entre las piernas mientras soñamos

para eso y contra aquello
mis sencillos y devotos padres me ofrecieron
a nuestra señora
y su manto
rasgado como las olas nocturnas que cubren la cabeza
del mago de la sinestesia Verástegui
el negro peregrino de la ideia
cayendo en cascada
deshaciéndose en espuma
no muy lejos
del sapo que tritura flores de azahar en su mortero
con el que nuestra señora domina
y perfuma las mareas

para ella que todo sea amor no es una presunción descarada sólo para nosotros como bien lo advirtió con irónica rebeldía un cavalo chamado Agenor quien dio al amor ese cuerpo transparente que damos forma con la vacuidad y la plenitud de nuestro cansancio aunque al propio Agenor nunca le bastó
siendo exagerado
de más
fue su densa fragilidad la bruma el sudor de la tarde le devoró la belleza y se la fue chupando chupando como una experimentada felatriz

nuestra señora a la par que la parca mora en gotas sobre nosotros podría ir chupándonos la carne ahora mismo secándonos lentamente desde cada poro sin que nos diéramos cuenta con cada bocanada llevándonos a nuestra mínima magnitud un cascarón de barro seco al ocaso al viento de los metales lanzando por cortesía
polen que es ceniza

(tus pestañas vuelan igual
a las plumillas dientes de león
cuando las soplo)

ese poema de Jorge Eduardo
le dije a la de gruesos tobillos
empieza donde se abre un cuerpo
al que nunca pudimos entrar
sentados en un parque
hablando a buen recaudo
de nuestra señora que nos abraza
lanzando volutas de humo azulado
como medida de toda transfiguración
—la gente está loca!—



img: tomada de ffffound!

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