Del baúl del Guardia Civil: 1er avistamiento del blue teenager

Poseía a las mujeres que pasaban por mi lado con miradas elusivas, sigilosas como una lengua rampante; iba de sus piernas a sus caderas soberanas, jamás a sus corazones. El tiempo era poco pero las ganas ubérrimas. Luego fui más audaz y mientras las observaba en el paradero con sus uniformes, falda azul y blusa roja, como un muy bien proporcionado borrador, las poseía sentado y detrás de la ventana. Cada mirada arrancaba retazos de su cuerpo y los degustaba con apurada molicie, pues evitaba toparme con sus ojos. La vergüenza que me producía ser descubierto me llenaba de un pegajoso sentimiento de culpa. Mas el tiempo pasa y afina nuestras manías, en este caso, mi timidez se convirtió en un afilado escalpelo con el que fui destazando mujeres. Saboreaba por un tiempo prolongado la parte que me resultara más apetitosa; así, podía demorarme toda una eternidad, es decir, lo que demora una combi en llenarse de pasajeros, en la curva gloriosa de los glúteos de mujer umbría o repasar lánguidamente la tierna cintura de una primorosa adolescente. Convertido en un predador hasta con el rabillo del ojo, fui notando la variada naturaleza de las proporciones femeninas. Habían las de espaldas anchas y caderas estrechas que, por lo general, hacían gala de un busto eclesiástico, aquellas majestuosas cúpulas se erguían aun a pesar de las ropas y sostenes que atentaban su contundencia. Pero eran las otras, las de proporciones áureas las que me fascinaban. Nada les sobraba. La armonía de la naturaleza, de las formas puras y convexas se encarnaba en ellas. No importaba que fueran muchachas delgadas como libélulas o aquellas más robustas cual rotundos árboles de frondosas cabelleras, cada una de sus partes erigían un todo magnífico y exuberante como un templo dorado en medio de la selva ante el que, hasta el desfallecimiento, entregué en cuerpo y memoria mi adolescencia solitaria.

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