Sólo si fuera de a dos


Las gasas de la amistad no se deberían manchar con el deseo.
Mi deseo me hace naufragar. Me enturbia con su disposición
a la caricia, al juego suave. Y una caricia zozobra cuando no hay deseo.


imagen tomada de FFFFOUND!!!!

Retrato de familia

El padre ensucia
la bien dispuesta mesa
la madre funciona bien
la hija se transparenta
por la abundante regla
el hijo humea
su indiferencia

Nadadora de tabaco



Salir a flote no es fácil en una oficina que parece una cuyera siniestra. Trabajamos recluidos de la luz natural, inhalando nuestras exhalaciones y demás tóxicas emanaciones, esquivando cual contorsionista los verduguillos helados que nos lanza, si no nuestros compañeros, el malogrado aire acondicionado. El que menos tose. Maconinha, por ejemplo, que lleva un cinturón de huayruros para evitar el mal de ojo sobre su antífona, tiene accesos de tos tan fuertes que no es raro verla mudar su habitual palidez pintarrajeada a un tono violeta parecido a la tísica flor de papa. Como decía, no es fácil salir a flote de este pantano de pantallas sino fuera por la música que me acompaña en mis horas de hastío, es decir, de trabajo. Ahora mismo navego la gitana península de los metales con Beirut y su Gulag Orkestar. En ella confino mis afilados huesos y mis escasos minutos de lucidez se van flotando. Así pierdo el tiempo con la sensibilidad agudizada por mi falta de vergüenza. Ya se ve que la naturaleza humana es sabia, compensa nuestros inefables yerros con imaginarios atributos. En todo caso, puedo decir que soy tan ligero que la música resulta suficiente para hacerme flotar por sobre mis compañeros de oficina. Desde aquí los veo tan pequeñitos como hormigas ajetreadas, corriendo de un lugar a otro, envueltos en cosas tan dulces e insignificantes como redactar memos y oficios inútiles. o sea, basuritas melosas con las que se entretienen los oficinistas y, claro, las moscas. En medio de esas corrientes oscuras, por las moscas, me encontré con G, alta y robusta, y con la medida justa de audacia para vestir. Verla envuelta en un manto morado sobre un vestido negro de falda larga anudado por un cinturón andino muy colorido, que debe tener algún nombre quechua que aun no puedo memorizar, es una experiencia antropológica. G tiene la talla del lanzón monolítico de Chavín, así que verla con lo dicho puesto te da la sensación de estar viendo venir un elegante lanzón directamente a tus narices, es que su aprensiva belleza se impone de golpe, rotunda y sonora como una cachetada. Aunque al parecer de mis queridas amigas de oficina, G sólo se ve armoniosa, en especial, cuando más arriesgada es su indumentaria. Como sea, a parte de compartir el color modesto, G y yo tenemos la misma pasión por la música. Gracias a ella puedo dejar esta oficina bajo mis pies, y dejarme llevar por sus perfumadas volutas de humo de tabaco, pues, mi querida G es fumadora, y no cualquier fumadora, sino de la vieja guardia, y no por edad, malpensada lectora, sino por nadar, teniendo en cuenta que el alma adora nadar, según Michaux, a quien le creo más que a mi confesor, el purísimo alcohol. Porque con G no se conversa, se nada, así de agradable me resulta hablar, perdón, digo nadar con ella. Mi nado con G no sólo estimula la parte más pequeña y volátil de mi cuerpo, mi mente, sino toda su escueta presencia. Me baño de ella, me inundo de ella, de su atención prestada, de su humo, parte importante de su misterioso encanto, y de su talla. Le comparto mi música porque sé que luego voy a poder obtener toda su atención. Me escucha hablar sobre esta música celestial con la misma concentración que ponen los curas cuando, cual gatos al hacer sus necesidades, dan oración. Su sensibilidad sin duda le viene de su vocación por el arte, pues, además de ser madre de cinco adorables criaturas, a quienes cuida con el mismo esmero con el que trabaja, G es pintora.

Patricio


Gracias, Deuses,
por darme la tranquilidad
del ocio,
apenas iluminado por la
lumbre de mi pipa shipiba
y el humo de mis ojos,
la tranquilidad que es
también heredad
de mi familia,
mágica
sanadora
estelar,
el apacible remanso
para la sombra temblorosa

(jaenense en una hamaca = paisaje del espíritu)

Azul
como ojeras
de mujer

Juan Arvizu

Juan, las ojeras
de la chica verde, vegetariana
por su infinita bondad,
no eran azules sino
violáceas y su perfil
se me hacía dibujado
con tinta china, mas
nuestra amistad,
lontana, era
como esas nubes
de polvo que se levantan
en el desierto,
esfumando
el horizonte.

Confesión de Ricardo de Loureiro


(...)
-Ah, mi querido Lúcio -me dijo también el poeta-, cómo siento la victoria de una mujer admirable, tendida sobre un lecho de encajes, mirando su carne toda desnuda ... esplén­dida ... rubia de alcohol! La carne femenina, ¡que apoteosis! Si yo fuese mujer, nunca me dejaría poseer por la carne de los hombres triste, seca, amarilla: sin brillo y sin luz ... ¡Sí! Con un entu­siasmo espasmódico, soy todo admiración, todo ternura, hacia las grandes libertinas que enmarañan sus cuerpos de mármol con otros iguales a los suyos, femeninos también; dorados, suntuosos ... Y recuerdo un deseo perdido de ser mujer; al menos, para esto: para que, en un encantamiento, pudiese mirar mis piernas desnudas, muy blancas, deslizándose, frías, bajo una sabana de lino ...
(p.55)

(...) no puedo ser amigo de nadie... No proteste... No soy amigo suyo. No he sabido nunca tener afectos -ya se lo he contado-, solo ternuras. La amistad máxima, para mí, se traduciría únicamente por la mayor ternura. Y una ternura trae siempre consigo un deseo cariñoso: un deseo de besar... de estrechar... En fin: ¡ de poseer ! Pero yo, solo después de satisfacer mis deseos, puedo sentir realmente aquello que los ha provocado. La verdad, por tanto, es que mis propias ternuras nunca las he sentido, solo las he adivinado. Para sentirlas, es decir, para ser amigo de alguien (dado que en mí la ternura equivale a la amis­tad) forzoso me sería antes poseer a quien estimase, mujer u hombre. Pero a una criatura de nuestro sexo no podemos poseerla. Luego yo solo podría ser amigo de una criatura de mi sexo, si esa criatura 0 yo cambiásemos de sexo.
»Ah, mi dolor es enorme: todos pueden tener amistades, que son el amparo de una vida, la «razón» de toda una existencia: amistades que nos consagran; amistades a las que, sinceramente, correspondemos. Mientras que yo, por mas que me esfuerce, nunca podré corresponder a ningún afecto: los afectos no se mate­rializan dentro de mí. Es como si me faltase un sentido, como si fuese ciego, como si fuese sordo. Para mí, se ha cerrado un mundo espiritual. Hay algo que veo y no puedo comprender; algo que palpo y no puedo sentir ... Soy un desdichado ... un gran desdichado, créame!
»En ciertos momentos llego a tener asco de mí. Escuche.
¡Esto es horrible! ¡Frente a todas las personas que sé que debería estimar -frente a todas las personas por las que adivino ternuras- me asalta siempre un deseo violento de morder sus bocas!. Cuántas veces no he contenido el anhelo de besar los labios de mi madre...
Sin embargo estos deseos materiales —aún no se lo he dicho todo— no crea que los siento en mi carne; los siento en mi alma. Sólo con mi alma podría matar mis anhelos enternecidos. Sólo con mi alma lograría poseer a las criaturas que acierto a estimar, y satisfacer así, es decir, corresponder sintiendo a mis amistades.
(p. 58)



*Tomado de La Confesión de Lúcio, novela de Mário de Sá-Carneiro, Calambur editorial, 1996. Trad.: Ángel Campos Pámpano.

La armonía, me parece


La armonía, me parece, es un artefacto oriental. Por ejemplo, cuando dicen del paso de la edad: sombras de cerezos en flor atavían mi camino de regreso; se alude, ciertamente, al recuerdo de la juventud, la plenitud del cuerpo y quizás a la ilusión que de sí se tiene el espíritu. Pero lo cierto es que lejos estoy de mi plenitud y sobretodo la de mi cuerpo, una cadena de cerros áridos y violáceos va dejando mi sombra como dejo en estas líneas cabos sueltos, nudos de cabellos, puertas abiertas por las que se desenrolla una madeja de hilo pescador que sigo hasta mi lectura, Ou Yang Hsiu, me ofrece un remanso para mis pies que he descuidado sin clemencia, lo pisado ha hollado su humanidad y no he seguido más que espejismos que bailan cual flama en pistas deterioradas sobre las que he chapoteado con un sentimiento desconocido, parecido a la... 

Lavativa de un hipocondriaco



Ahora que la enfermedad me obliga a lavarme el cuerpo en el lavatorio del baño, me siento como una doncella pudorosa que se lava el cuerpo por partes para evitar la completa desnudez. Mostrando solo la piel que será restregada por la esponja y la espuma, me cubro el resto del cuerpo con la ropa y evito así que el frío perjudique más mi deteriorada salud. El frío que para la doncella que me figuro es el mozalbete cualquiera que sólo puede aparecer de mi exacerbado pudor, quien, en realidad, es nadie en particular, porque nadie hay en esta parte del bosque que acoge la madurez, marchita ya, de mis colgantes genitales.


imagen: rembrandt "diana tomando un baño"