Confesión de Ricardo de Loureiro


(...)
-Ah, mi querido Lúcio -me dijo también el poeta-, cómo siento la victoria de una mujer admirable, tendida sobre un lecho de encajes, mirando su carne toda desnuda ... esplén­dida ... rubia de alcohol! La carne femenina, ¡que apoteosis! Si yo fuese mujer, nunca me dejaría poseer por la carne de los hombres triste, seca, amarilla: sin brillo y sin luz ... ¡Sí! Con un entu­siasmo espasmódico, soy todo admiración, todo ternura, hacia las grandes libertinas que enmarañan sus cuerpos de mármol con otros iguales a los suyos, femeninos también; dorados, suntuosos ... Y recuerdo un deseo perdido de ser mujer; al menos, para esto: para que, en un encantamiento, pudiese mirar mis piernas desnudas, muy blancas, deslizándose, frías, bajo una sabana de lino ...
(p.55)

(...) no puedo ser amigo de nadie... No proteste... No soy amigo suyo. No he sabido nunca tener afectos -ya se lo he contado-, solo ternuras. La amistad máxima, para mí, se traduciría únicamente por la mayor ternura. Y una ternura trae siempre consigo un deseo cariñoso: un deseo de besar... de estrechar... En fin: ¡ de poseer ! Pero yo, solo después de satisfacer mis deseos, puedo sentir realmente aquello que los ha provocado. La verdad, por tanto, es que mis propias ternuras nunca las he sentido, solo las he adivinado. Para sentirlas, es decir, para ser amigo de alguien (dado que en mí la ternura equivale a la amis­tad) forzoso me sería antes poseer a quien estimase, mujer u hombre. Pero a una criatura de nuestro sexo no podemos poseerla. Luego yo solo podría ser amigo de una criatura de mi sexo, si esa criatura 0 yo cambiásemos de sexo.
»Ah, mi dolor es enorme: todos pueden tener amistades, que son el amparo de una vida, la «razón» de toda una existencia: amistades que nos consagran; amistades a las que, sinceramente, correspondemos. Mientras que yo, por mas que me esfuerce, nunca podré corresponder a ningún afecto: los afectos no se mate­rializan dentro de mí. Es como si me faltase un sentido, como si fuese ciego, como si fuese sordo. Para mí, se ha cerrado un mundo espiritual. Hay algo que veo y no puedo comprender; algo que palpo y no puedo sentir ... Soy un desdichado ... un gran desdichado, créame!
»En ciertos momentos llego a tener asco de mí. Escuche.
¡Esto es horrible! ¡Frente a todas las personas que sé que debería estimar -frente a todas las personas por las que adivino ternuras- me asalta siempre un deseo violento de morder sus bocas!. Cuántas veces no he contenido el anhelo de besar los labios de mi madre...
Sin embargo estos deseos materiales —aún no se lo he dicho todo— no crea que los siento en mi carne; los siento en mi alma. Sólo con mi alma podría matar mis anhelos enternecidos. Sólo con mi alma lograría poseer a las criaturas que acierto a estimar, y satisfacer así, es decir, corresponder sintiendo a mis amistades.
(p. 58)



*Tomado de La Confesión de Lúcio, novela de Mário de Sá-Carneiro, Calambur editorial, 1996. Trad.: Ángel Campos Pámpano.

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