Narciso


El narciso piensa que merece ser adorado porque si él fuera otra no amaría a nadie más que a esa imagen mental que tiene, siendo él, de sí. Siendo otra se enamoraría no de sí, sino de la imagen esa que se refleja sobre las oscuras aguas de su cabeza. El problema del narciso es que no concibe la otredad. Su individualismo es absoluto, casi rozando el ideal cínico, lo que ya resulta patológico, pues el cinismo hace uso de un recetario moral basado en el cultivo de los antagonismos de lo socialmente aceptado, el anfo y dinamita que echa por los aires vacuos convencionalismos, moral de tartufos, diría el buen M. Onfray. Cuando el narciso se piensa así mismo se ve como el único ser de la tierra que merece ser regado con la adoración del otro, en ciertos casos, no precisamente por su belleza exterior, es decir, un espejismo adolescente.

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