Valetudinarios Cía.


La semana pasada me convertí en un surtidor de verde materia. Ingentes cantidades de flema salían de quién sabe qué oscuras profundidades de mis pulmones, por lo demás, dos viejas bolsas de papel bulky. Así, aquejado por una bronquitis aguda fui el mártir de la oficina, ya que no falté casi ningún día. En realidad, la afección nunca me indispuso como para faltar, mas sí me incomodaba. Cada diez minutos tenía que ir al baño para descargar la flema que parecía se me iba salir por ojos, oídos y todos los poros de la cara. Las tibias palabras de apoyo de mis compañeras eran llamadas de atención, ya que consideraban que debía estar descansando y no andar metido en la oficina, con el terrible riesgo de contagiarles; lo que, por supuesto, era mi oscuro propósito. Como sea, recibía agradecido su preocupación. Sin embargo, la inmensa QWERT, quien debe bordear los quince años bisiestos, mostraba su atención por mi deteriorada salud con un extraño gesto de solidaridad. Éste consistía en reducir a la insignificancia mi mal, haciendo para ello un listado de sus dolencias, que iban desde extrañas punzadas en la mano izquierda, lo que podía presagiar un fulminante paro cardiaco, hasta la anemia producida por los minúsculos miomas de su virginal cuello uterino, que podía convertirse en un cáncer. No sé si su intención era levantarme el ánimo o exacerbar mi somática cobardía por la decadencia del cuerpo. En todo caso, lo que sí lograba era desviar la atención de mis compañeras hacia su adiposa e hipocondríaca personalidad, efecto que, por lo demás, me tenía sin cuidado. Quizá, creo yo, era su forma de hacerme sentir bien, y mostrarme que a pesar de mi afección debería sentirme dichoso, pues, no estaba en los umbrales de la muerte, como ella decía sentirse.

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