Renegar dice


Detesto las multitudes y siempre las detestaré. Creo que mi repudio por los grupos numerosos se remonta a mis años de la secundaria donde aprendí que las humillaciones nunca eran tales mas que cuando venían del gozo de cinco o más compañeros. Supongo que para la mayoría no hay placer en la risa solitaria; por supuesto, mayoría equivocada. Es más, pienso que se debería dejar de usar aquella tendenciosa expresión que echa un velo de sospecha malévola sobre el riente solitario. Para no contradecirme no la reproduciré. En todo caso, la risa intempestiva y sobretodo la risotada de una persona sola siempre será sospechosa de animadversión para el que la escucha, aquel estallido de natural alegría le hará preguntarse si es que acaso el loco ése que se ríe solo no estará riéndose de uno. Y es así que el riente solitario es temido y censurado de refilón por el refrán ese, que no pienso reproducir aquí, casi siempre urdido por algún espíritu suspicaz, un pobre infeliz de los que tanto abundan en las miserables calles de la horrible.
Dicen que tengo una risa baja, aunque nunca entendí y la chica que me lo dijo nunca supo explicarme bien lo que me quería decir. Como sea, me permito completar su pensamiento. Asumo que la chica quería decirme que tenía una risa inmoral. Ciertamente, si es que me reía de discapacitados, de ancianos y jóvenes tullidos por la edad o crueles circunstancias. Lo que nunca le pude decir a la chica en cuestión ni a nadie es que reírme de aquellos deformados por la vida, los tullidos peregrinos, era como reírse de uno mismo, eran mi retorcida manera de expresar mi solidaridad sin pena ni reproches lastimeros. Además, siempre he tenido una risa discreta, jamás, creo yo, mi risa ha terminado en una carcajada vulgar, de esas que incluso abarcan los brazos y, lo peor de todo, las palmadas, cual focas de circo, para manifestarse.

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