De bienaventurados y verduguillos


Se suele decir que hay personas que guardan un reducto interior en donde son ellas mismas, sin imposturas, donde se pueden tender a sus anchas, ya sea boca abajo o boca arriba, para ver las nubes de sus pensamientos pasar sin más sensación que la de una gozosa lejanía; de personas con esta capacidad para ensimismarse se dice que son espirituales. Muchas veces el césped verde y el cielo azulado, donde abandonan el cuerpo, es la música; aunque, personalmente, prefiero estar tumbado sobre una perezosa en una terraza que esté frente al mar y con calaveras y diablitos cual brisa despeinándome los cabellos.
Además, se dice que ese reducto interior necesariamente no es un espacio físicamente solitario y, en realidad, puede estar en cualquier lugar, ya que va con nosotros, está en nosotros. Por ejemplo, cuando las personas espirituales van en las combis y se ubican en el asiento del final, en el que sólo caben tres personas, pero el cobrador embute a cinco, donde todas las ventanas están térmicamente cerradas y a nadie le interesa abrir una porque agradable es sudar entre prójimos, y cuando las temerarias maniobras del chofer hace que el compacto vehículo se escabulla entre camiones y buses jurásicos, con el fin, estoico, de sentir que la horrenda muerte entre fierros retorcidos no sólo está en los noticieros matutinos, pues bien, para olvidarse de todo eso, que les rodea como una danza macabra, las personas espirituales se sumergen en la música de sus mp3 o celulares con mp3.
Allí ellas, que no pueden estirar ni las piernas, recogen su cuerpo y lo abandonan sobre las maceradas aguas de sus reflexiones / pensamientos / recuerdos. Y no sólo eso, hay personas tan etéreas que no sólo les basta con bucear silenciosamente en sus propias profundidades; sino que, alineadas con el universo, emiten hacia la superficie el tarareo de su dicha. Ellas al final del viaje se bajarán bienaventuradas en sus respectivos paraderos donde al verme, con mis mundanales y verduguillos amigos, me donarán sus modernos y pequeños vehículos místicos para acceder a la dicha de vivir en menos etérea y celeste burbuja.

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