pelea de gatos

bajo un reluciente polvo me he colgado pensando
cómo atrapar las pulgas que se escapan de tu oreja
debo juntarlas en los huecos de mis manos o aplastarlas acaso
no sin un repentino aire de concupiscencia con las uñas
la sangre sacudida por el viento lontano de un arte ligero
me sienta a pelar una fruta tibia en medio de la cama
supongo como debe ser la naturaleza de los gentiles placeres:
un remolino de pelos y uñas

En el taller del artesano de chimbote

Vibremos con la ebriedad de Bessie Smith
-un cántaro rodado que no se rompe- la pobre
que ni ha probado su cebiche con mote sigue cantando
que elige sus amantes como si fueran sus verdugos
Vibremos con la lora del alcoholizado meditabundo
que la escucha desde su pellejo apolillado
con la bragueta sedienta y la pipa llena de yonque y amargo
de angostura cebada, dicen, con la lengüita madrastra
del árbol de la abundancia y sus regalos marginales,
fruta de todos los vicios, la pobre, arrojada de sí misma
por la corteza de una ráfaga violácea salida
de la intersección de galvez y escá esa gaviota
-el canto rodado- giraba como una veleta
electrizada por el desierto con la suerte
de no ser desplumada en plena vibración
al menos eso dijeron los taxistas estibadores
esbirros chaveteados vendedores de caramelos
amarillos que se diluyen en la marea alta
y pelada que golpea de tanto en tanto
la espalda escarpada de las doradas sirenas
atrapadas por las hábiles -saurios de adobe-
manos de Benemérito Milla, también,
agrimensor de humedales.

avenida el pacífico

Niño, mira que bonito peluquean a los árboles
van a volar parece
cual si estuvieran dispuestos
a realizar caprichosos vuelcos
como las aves que en extraños planeamientos
describen el curso de las masas de agua
mienrtas las bolicheras cuelgan del horizonte.

Por allá, en laderas norte, dicen,
se cocina el jugoso mejor de los dioses.
Niño, si te digo que los humedales
me hacen recordar el verde verso de vallejo,
no me creas porque hay una sensación
inefable que me invade y me abandona
en medio del desierto como los vicios
el día que los asumimos
para mantenerlos
y jamás abandonarlos
mas que figuran quedan
son la huella
la marca de nacimiento
del coronado
con tres remolinos
de arena
en la
cabeza.

El extrañamiento del turbio Endimion

El hombre finalmente despertó. Fue su morada ceñida a los vacíos de todo origen, huecos de niebla y salpicaduras de cebollita picada sobre la espuma de monda desesperación. Había llegado a las terrazas, dando vueltas como las moscas, chupando distancias verticales, una vez posicionado en la parte más jugosa de su cuerpo, —al suave aroma del seco de cabrito de las axilas—; es decir, con la vista más bonita, la pulpa morada de tanto ser lamida, le escribió una carta entre dientes rechinantes y un gesto en demasía pringoso, aunque sicosomático, que se reduce a un mal menor, su añoramiento.

Intervalo retrospectivo (periodo amarillo y pasto verde)

El pasto está crecido
las vacas -ratas dalmatas- podrían pasar
sin que nos diéramos cuenta

ya no te escucho caer como la noche
ni atar sus costillas alrededor
de la fogata de un entuerto
la tarde dejaba ruinas
los niños hacían volar pañuelos de sus manos
las paredes latían a cada pisada

ella dijo: me hace sentir mi vacío como un puerco miedo a que el amor empiece como un dolor de estómago

él dijo: estamos bajo un árbol en medio del olor a tierra mojada de la hierba, tal vez el amor sea inútil como el zapato de los muertos