El extrañamiento del turbio Endimion

El hombre finalmente despertó. Fue su morada ceñida a los vacíos de todo origen, huecos de niebla y salpicaduras de cebollita picada sobre la espuma de monda desesperación. Había llegado a las terrazas, dando vueltas como las moscas, chupando distancias verticales, una vez posicionado en la parte más jugosa de su cuerpo, —al suave aroma del seco de cabrito de las axilas—; es decir, con la vista más bonita, la pulpa morada de tanto ser lamida, le escribió una carta entre dientes rechinantes y un gesto en demasía pringoso, aunque sicosomático, que se reduce a un mal menor, su añoramiento.

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