En el taller del artesano de chimbote

Vibremos con la ebriedad de Bessie Smith
-un cántaro rodado que no se rompe- la pobre
que ni ha probado su cebiche con mote sigue cantando
que elige sus amantes como si fueran sus verdugos
Vibremos con la lora del alcoholizado meditabundo
que la escucha desde su pellejo apolillado
con la bragueta sedienta y la pipa llena de yonque y amargo
de angostura cebada, dicen, con la lengüita madrastra
del árbol de la abundancia y sus regalos marginales,
fruta de todos los vicios, la pobre, arrojada de sí misma
por la corteza de una ráfaga violácea salida
de la intersección de galvez y escá esa gaviota
-el canto rodado- giraba como una veleta
electrizada por el desierto con la suerte
de no ser desplumada en plena vibración
al menos eso dijeron los taxistas estibadores
esbirros chaveteados vendedores de caramelos
amarillos que se diluyen en la marea alta
y pelada que golpea de tanto en tanto
la espalda escarpada de las doradas sirenas
atrapadas por las hábiles -saurios de adobe-
manos de Benemérito Milla, también,
agrimensor de humedales.

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