visión para diosa caribeña y ruinas de pukapukará

Para llegar a tu escote —visión esmeralda y orilla lapislázuli — necesito el sebo del poder, untármelo bajo las axilas y sobre el vidrioso pecho, entre las piernas derrengadas y la cerviz redoblada de empleado público — que abriga sus huesos con los legajos de las vacas, nuestras vacas — que está aquí por la fuerza de los vientos, y no será necesario mencionar los problemas del estómago —ajada circunstancia que hace arder los pastizales de la alegría—. Pero lo que no saben tus fieles, ni tu misma —aunque deberías darte cuenta sin que te lo dijera— es que yo soy el sol que brilla de noche, en medio de tu duermevela empieza mi reinado, cuando te sueltas los cabellos y se derrama como una tormenta sobre tu cuello y son mis dedos los que dejan sus huellas —como fosforescente babita de caracol— que bajan de la comisura de tus labios, mírame brillar por la hornacina de la dicha mientras mastico tu nombre y azoto dulcemente la espalda de los amantes furtivos —mis hijos predilectos como los runas— que se arquean entre las ruinas.

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