Family, Un soplo en el Corazón

Recuerdo una tarde del oscuro julio, luego de escapar del trabajo, fui llevado por la inercia del hastío hasta las calles del centro. Terminé en el puesto de discos de la calle Quilca, donde por entonces mi querida y guapa amiga Karina, a quien recién conocía, atendía a la más variada fauna de limeños que se acercaban a buscar discos que, obviamente, jamás se escucharían por la FM. Una vez en el puesto, me topo con que Karina, a quien pretendía tímidamente, pero tan tímidamente, que nunca pudo darse cuenta de mis oscuras intenciones, estaba hablando holgadamente con un tipo flaco y desgarbado. Ni pelos largos ni parados, ni cadenas de metal ni púas de pulseras, ni botas negras ni franciscanas, al contrario de las especies que suelen pulular por esos lares, si no fuera por poseer una cara alargada inolvidable, el tipo que la acompañaba pasaría desapercibido, por tener aquella pinta anodina un tanto exasperante que le da a uno el uso del terno y corbata. Karina me saludó como siempre, de manera efusiva, con abrazo y besito de por medio, demasiado ambiguos para mi gusto. Al dar la mano a su flaco acompañante pude notar cierta tensión en su saludo. Por un momento me pareció estar interrumpiendo algo entre ellos, pero ni me inmuté. Es más, desde mi falsa modestia llegué a pensar que físicamente no tenía competencia alguna con este ejemplar de limeño emergente.

En vista que había arribado hasta allí sin ninguna idea de qué comprar, le sugerí a mi deseada amiga que me recomendara uno de los muchos discos que había escuchado. Y ella, cual sacerdotisa presta a curar al desesperado feligrés, indagó sobre mi estado de ánimo. Yo, que por ese entonces salía de una relación de dos años, tiempo record para mi escasa vida amorosa, venía superando el trance a punta de música y macoña, y como no, soñando su poco con las curvas de la Kari, en fin, el caso es que no quería dar la impresión de ser un sujeto autocompasivo, por eso le respondí que me encontraba de lo más bien, normal, incluso, hasta aburrido. Ni bien dije esto, el flaco hombre, que estaba sentado justo en frente de nosotros, metió su cuchara, bueno, en realidad, fue su mano con un disco en ella. El disco azul de Family. Jorge, así se llamaba el repentino prestidigitador, inquirió si había escuchado esta banda antes. Yo que, para ese momento, venía atosigando mi cerebro de abandonado con el darklands de los Jesus and Mary Chain le dije que no, que ni en pelea de perros los había escuchado. Sé que esto pudo sonar un tanto agresivo de mi parte, pero qué podía hacer, tenía que mostrar mi posición lo más beligerante posible.

Cuando Kari puso el disco el tiempo se detuvo y poco a poco la guitarra y una lánguida voz me fueron hundiendo sobre la madera del asiento, y de pronto la caída, emocional, claro está, fue como si me despertara de un estado de inconciencia fugaz y me topara con los recuerdos, los amables recuerdos, por lo menos, con mi ex, y todo a la primera escuchada. Sentados sobre esas bancas con patas largas, atendimos a toda “la noche inventada” en el más completo silencio. Como no pude evitar el derrame de mis humedecidos ojos, tuve que voltear y hacerme como que estos me picaban de repente. Miré a Jorge y lo odié como nunca. Había derribado mi recién erigida coraza, mi bilioso estado, con un disco jodidamente sentimental y que, además, pude darme cuenta, re-establecía su diálogo que había interrumpido con mi llegada. Así, excluido irremediablemente por ese diálogo entre Jorge-Family y las respuestas, cual inquietas mariposas negras, de las pestañas de Karina, dimos paso a los siguientes temas, aunque ya no los escuchamos enteros, mas igual removieron las frescas ruinas del rompimiento con mi ex. Family fue un knock out emocional, y como no quería que mi contrincante gozara de mi silenciosa derrota, me tragué el sapo de la virilidad avasallada y dije finalmente que era un disco demasiado cursi para mi derruido estado de ánimo. Y así fue como esa noche dejé pasar este disco, sólo para evitar el agrio sabor del amor ajeno.

Volví por el disco más pronto de lo esperado y pude enterarme que Karina ya era la novia oficial de Jorge, hecho que terminó alegrándome a medida que los fui conociendo, pero hablar de eso es otra historia y sin gastritis, felizmente. Baste con decir que ahora Karina y Jorge son muy buenos amigos míos y en algunas noches hemos bebido mas de un par de cervezas. Me fue fácil borrar por completo la gratuita animadversión con la que se me dio a conocer este disco, con el buen jorge incluido. Por lo demás, quién podría resistir esa agradable destilación del noventero pop español, conseguida sobre la base de una combinación básica: una guitarra, un sintetizador y teclados despojados de la distorsión y la oscura niebla ochentera. Quién se negaría a dar un paseo por el diario amarillo de un soñador, entiéndase aviador, que nos susurra rascacielos de entusiasmos, cielos coloreados con estrellas plateadas y cohetes naranjas para la chica que nos aliviará el remendado corazón con una sonrisa, aunque luego nos abandone sobre un mapa sin caminos.

Luego de escucharlo no sé cuantas miles de veces siempre me sorprende disfrutarlo, no con el entusiasmo de las primeras escuchadas, es cierto, pero sí con un extraño cariño, sobretodo, por un yo medio olvidado, y un poco cursi, que desde la mas ingenua autosuficiencia pretendía librarse de la tristeza a punta de música. Y es que nunca el áspero viaje que va del amor al desamor resultó tan cálido y la soledad nunca fue tan bien recibida como en invierno un día de sol.

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