Laborare stanca (flashback estival)

Mi día está luminoso, el sol cae sobre mi escritorio, sobre unos papeles amontonados que brillan hasta empañar la vista. Con lentes ahumados y crema de broncear sobre mis peludos brazos y piernas aprovecho el resplandor del papel y, claro, de paso espero al gran jefe, leo:

“No tomamos fotos, porque las cámaras no eran necesarias. El cementerio está ubicado en una hondonada entre los contrafuertes andinos, que son cerros apéndices de la cordillera de los andes que penetran el desierto, a mas o menos 15 minutos de mi casa, un poco menos quizá.
Había harta gente, es decir, harta vida, detalle que nos hacía caminar dando saltos y haciendo equilibrio sobre romos nichos y tumbas puntiagudas distribuidas sin orden ni concierto. Como no había un camino definido para los vivos, a veces terminábamos pisando algunos sepulcros improbables para nuestro oscilante desplazamiento, y eso no era lo peor, sino la mirada que te echaba encima el familiar que había ido hasta allí para poner unas velitas y tomarse una chela con su finadito.
También había mucha música, hasta un grupo de música chicha animaba la extraña y calurosa tarde con un concierto sobre un endeble escenario armado a la entrada del camposanto. Como fuimos después de almuerzo, parece que los brindis habían empezado temprano, ya muchas familias se encontraban bailando waynos (huaynos?) bastante festivos. Por eso, lejos del escenario, nos dedicamos a seguir y escuchar a los músicos ambulantes que por todo el cementerio, como abejas recorriendo nerviosas sus vibrantes nichos, buscaban familiares dispuestos a bailar con sus muertos.
Fuera del cementerio, la calle de tierra se encontraba atestada de ambulantes vendiendo velas y flores y, como no, comidas. Los olores de éstas se enredaban entre sí y entre choclos sancochados y frescos quesos, chicharrones de chancho, humitas dulces y saladas, ni bien las vi, infaltables las tanta wawas, me acordé de ti, hasta pensé en comprarte una, pero, como no sabía cuándo iba a verte, desistí de la idea, no vaya a ser que cuando te la dé esté dura y amarga, además estaban asoleadas.
Y esa fue nuestra tarde en el cementerio “La Luz Eterna”, un cementerio muy pobre, la verdad, pero que ayer estaba rebosante de vida y lleno de colores, ya que muchas familias aprovechan el primero de noviembre para darle una limpieza a lo nichos o a las tumbas dejarlas con un montículo de piedras celestes recién pintadas. ”


Oh! acaba de llegar el jefe y yo tengo que ir hasta la imprenta para dejar que los gatos azul ruso me quiten el bronceador con sus pequeñas y ásperas lenguas...

No comments: