Del Baul del Guardia Civil: memorias con fuga andinista

Ahora que el tiempo me da la perspectiva suficiente, me doy cuenta que estuve con una chica a causa de los muchos libros bonitos de su biblioteca, los que, ciertamente, me prestaba. Me excuso: la injusticia y hasta la cobardía de la frase es simple búsqueda de estilo. Por ejemplo, recuerdo aquélla linda y roja edición del Cest’ Tout de la Duras, escritora que mi entonces bienamada simplemente veneraba. Nunca lo leí; es que ya había pasado por varios libros de ella y estaba como fatigado del único acorde que parecía sonar en sus libros, el cablegráfico amor, mas si debo elegir uno de sus libros definitivamente me quedo con Hiroshima Mom Amour.


Si, como dice Vila-Matas que dice la Duras, hay una moral de la forma, sin duda, las novelas de la Duras serían, para mis jóvenes años de palpitante amante, verduguillos, en todos sus sentidos posibles. Ese cúmulo de sentimientos que he olvidado, ese prontuariado de amantes que podían contarse como las paginas de sus libros, me había mostrado mi lado más vulnerable, mi azulada víscera, mi insensata soledad. Y fue precisamente por ese lado que la chica de marras entró en mi vida. También entraron sus libros bonitos y sus melodramas provincianos que, por razones de salud mental, me hubiera encantado vivir.


Por sinceridad y a fin de darle coherencia a lo dicho, me siento obligado a decir que en esos años yo era un durmiente maniquí, ya que era de madera apolillada y de frugales costumbres, tanto así que parecía destinado al peregrinaje en un parque municipal. Todo lo cual me convertía en un recalcitrante sátiro, un arrecho inflamable y poseído por su única mano útil: mi nula imaginación. Ella era pequeña, mas algo de elefantiásico había en sus movimientos, su rolliza figura me llevó a adoptar una postura demasiado asexuada cuando nos tratábamos. Y por eso nos hicimos amigos, de los que se ríen juntos y celebran complicidades, pueriles, como tirarse la pera un día de clases aburridas .


También recuerdo aquella edición cubana de la poesía completa de Lezama Lima, hermosamente precaria, de hojas ínfimas y portada estoica conteniendo todo ese mar que es Lezama. Para mi desgracia lectora, por los años que mi querida enamorada me prestó el libro, nuestra relación se venía de picada y eso evitó que pudiera quedarme el tiempo necesario para dejarme inundar por la marea de Lezama. Debido a las peleas en las que terminábamos arrojándonos nuestras cosas a la cara, ese libro fue devuelto intempestivamente. A pesar de eso recuerdo mi aturdimiento por sus aguas, inundado por sus corrientes y su ritmo líquido y voluptuoso. Y recuerdo sobretodo aquella sensación, aquella corriente submarina, que me hundía lentamente en el asiento a medida que me atrapaba la lectura: ¿goce estético?


En un texto que daría origen a lo que se llamó polémica del indigenismo, López Albujar habla del goce estético siguiendo las teorías esteticistas del arte del XIX. Su mención es de una línea y se alude a éste como la cualidad (entre las 30? que da) que diferenciaba al hombre de la ciudad del hombre andino o la bestia de las montañas. Como sea, Albujar asumía que el hombre andino era incapaz de regodearse en un poema, un cuadro o un bello paisaje. El goce estético, ese rancio alimento para el espíritu, simplemente no podía existir en un ser tan bestializado por la explotación como el serrano en la segunda década del XX. Nunca le faltó lucidez a este magnífico narrador peruano, sin embargo, eso no le hizo cambiar su mundo narrativo (el de los Cuentos Andinos) lleno de prejuicios que la ley y la palabra conformaban. Albujar era un juez, simbólica y literalmente, de la ciudad letrada, era la moral de su tiempo y por lo mismo estaba obligado a velar por ella. Recuerdo que me gustaba oponer mi escueta persona y la sombra de sus circunstancias a ese prejuicio tan difundido, pues, me consideraba descendiente de indio. Mi abuelo era indio de la sierra norte de Lima, así dice en su libreta electoral, por tanto soy descendiente de indio, soy indio, pensaba en mis años de entusiasta estudiante de literatura. Y más, me preguntaba, si de haber vivido en el tiempo de Albujar, en vez de negar, por considerarlo una mistificación ideológica, el goce estético, lo hubiera extendido, es decir, hacerlo universal a fin de propugnar la idea de que todos tenemos el potencial de desarrollar el gusto por la inmovilidad física y la atención mental, ¿espiritual?, sobre la página de un libro, las notas musicales o los colores de un cuadro. ¿Me adheriría a un impasible principio progresista?. ¿La educación como fuerza civilizadora? Probablemente, si somos rigurosos a la lógica esclavista de la época, no tendría tiempo de pensar ni eso porque de seguro me encontraría doblando el espinazo en las tierras de algún terrateniente con apellido europeo. O quizás con más suerte, formaría parte de aquellos causantes de las escaramuzas que asolaron de cuando en cuando el interior del país...

De la pérdida de la juventud

A la edad de las resacas
vividas como el postrero día
en tibio ya horadado
despojo humano consagrado
por piedad a la caza
de los valientes sin valía
y de los acorazados
espíritus errantes
como el humo
de los corazones desdeñados
apelmazados en la ruma
de sus propias fabulas
por fin desterradas

Nox non ebria, sed soluta curis (a modo de ofrenda)

Niño Mariscal Chaperito
Virgen de la Dolorosa
Apu Cantamarca
protejan de los eternos males
a mis pobres hermanos
ellos que van revueltos
por culpa del purísimo alcohol
que blande su frágil voluntad
como una bandera sucia
Niño Mariscal Chaperito
Virgen de la Dolorosa
Apu Cantamarca
protejan a mis hermanas
que la orilla de su ebriedad
les traiga frutos exquisitos
suaves pieles y joyas encendidas
que la estrella del amanecer
las bañe siempre
con sus aguas luminosas
a mis hermanos
los pobres de frágil complexión nocturna
que terminen su recorrido
de místicas ofuscaciones
en los brazos siempre tibios
de sus soñadas mujeres
que los esperan
entre las ruinas
de su arrasada belleza

Del estoico adolescente

Sumergido en la azulada profundidad de la madrugada
el desvelamiento inunda mi carne y el sueño de mis vecinos
que yacen sin soñar ni imaginar que hay una sed que agobia
con trances parecidos a un ataque de epilepsia
una tormenta cernida por nubes de gasa ensangrentada
trato de no perder la compostura
y menos con una conmoción autoprovocada
como el buitre que viene tras el dedo
que toca en si bemol la campanilla de la garganta
no quiero zahir como divagación espontánea
declino ante las dependencias de cualquier sino
y me enfrento a los espejismos del instinto
con el peso muerto de mis blandas glándulas
que me arrastran sobre el frío piso del cuarto

El sueño del burócrata


Tendría la preocupación de los soberanos
si estuviera echado sobre mi cama
leyendo las manchas de humedad del techo
donde afilaría mi talento para la nada
mi total disposición a la molicie
y libre de todo compromiso
me cebaría en el más completo abandono
o imitaría los hábitos de mi gata
que suele reposar sobre mi llano vientre
mientras se alisa los bigotes
y las puntiagudas orejas
intuyendo la visita de aquella hora
fuera del día
donde nos encerramos
de nuestros más hostiles reflejos