Si, como dice Vila-Matas que dice la Duras, hay una moral de la forma, sin duda, las novelas de la Duras serían, para mis jóvenes años de palpitante amante, verduguillos, en todos sus sentidos posibles. Ese cúmulo de sentimientos que he olvidado, ese prontuariado de amantes que podían contarse como las paginas de sus libros, me había mostrado mi lado más vulnerable, mi azulada víscera, mi insensata soledad. Y fue precisamente por ese lado que la chica de marras entró en mi vida. También entraron sus libros bonitos y sus melodramas provincianos que, por razones de salud mental, me hubiera encantado vivir.
Por sinceridad y a fin de darle coherencia a lo dicho, me siento obligado a decir que en esos años yo era un durmiente maniquí, ya que era de madera apolillada y de frugales costumbres, tanto así que parecía destinado al peregrinaje en un parque municipal. Todo lo cual me convertía en un recalcitrante sátiro, un arrecho inflamable y poseído por su única mano útil: mi nula imaginación. Ella era pequeña, mas algo de elefantiásico había en sus movimientos, su rolliza figura me llevó a adoptar una postura demasiado asexuada cuando nos tratábamos. Y por eso nos hicimos amigos, de los que se ríen juntos y celebran complicidades, pueriles, como tirarse la pera un día de clases aburridas .
También recuerdo aquella edición cubana de la poesía completa de Lezama Lima, hermosamente precaria, de hojas ínfimas y portada estoica conteniendo todo ese mar que es Lezama. Para mi desgracia lectora, por los años que mi querida enamorada me prestó el libro, nuestra relación se venía de picada y eso evitó que pudiera quedarme el tiempo necesario para dejarme inundar por la marea de Lezama. Debido a las peleas en las que terminábamos arrojándonos nuestras cosas a la cara, ese libro fue devuelto intempestivamente. A pesar de eso recuerdo mi aturdimiento por sus aguas, inundado por sus corrientes y su ritmo líquido y voluptuoso. Y recuerdo sobretodo aquella sensación, aquella corriente submarina, que me hundía lentamente en el asiento a medida que me atrapaba la lectura: ¿goce estético?
En un texto que daría origen a lo que se llamó polémica del indigenismo, López Albujar habla del goce estético siguiendo las teorías esteticistas del arte del XIX. Su mención es de una línea y se alude a éste como la cualidad (entre las 30? que da) que diferenciaba al hombre de la ciudad del hombre andino o la bestia de las montañas. Como sea, Albujar asumía que el hombre andino era incapaz de regodearse en un poema, un cuadro o un bello paisaje. El goce estético, ese rancio alimento para el espíritu, simplemente no podía existir en un ser tan bestializado por la explotación como el serrano en la segunda década del XX. Nunca le faltó lucidez a este magnífico narrador peruano, sin embargo, eso no le hizo cambiar su mundo narrativo (el de los Cuentos Andinos) lleno de prejuicios que la ley y la palabra conformaban. Albujar era un juez, simbólica y literalmente, de la ciudad letrada, era la moral de su tiempo y por lo mismo estaba obligado a velar por ella. Recuerdo que me gustaba oponer mi escueta persona y la sombra de sus circunstancias a ese prejuicio tan difundido, pues, me consideraba descendiente de indio. Mi abuelo era indio de la sierra norte de Lima, así dice en su libreta electoral, por tanto soy descendiente de indio, soy indio, pensaba en mis años de entusiasta estudiante de literatura. Y más, me preguntaba, si de haber vivido en el tiempo de Albujar, en vez de negar, por considerarlo una mistificación ideológica, el goce estético, lo hubiera extendido, es decir, hacerlo universal a fin de propugnar la idea de que todos tenemos el potencial de desarrollar el gusto por la inmovilidad física y la atención mental, ¿espiritual?, sobre la página de un libro, las notas musicales o los colores de un cuadro. ¿Me adheriría a un impasible principio progresista?. ¿La educación como fuerza civilizadora? Probablemente, si somos rigurosos a la lógica esclavista de la época, no tendría tiempo de pensar ni eso porque de seguro me encontraría doblando el espinazo en las tierras de algún terrateniente con apellido europeo. O quizás con más suerte, formaría parte de aquellos causantes de las escaramuzas que asolaron de cuando en cuando el interior del país...