Oda Neperiana
No hay nada que le podamos ocultar a nuestra señora la mestiza de Lazarte si está sobre nosotros donde tan fácil para ella es penetrarnos y dejarnos retorcidos tal moscas aplastadas moscas verdes y amarillas moscas de la fruta virgen la de medianoche la de Daniel Santos ante la cual se prenden estrellas entre velas al pie de un manto cristalino nuestra señora que amó a la sombra temblorosa en la floresta derretida de Endimión el flaco
(su carita es de yute fosforescente así debe ser el sol devorado entre sus venas su accidentada faz traza el palpitante camino para el conejo lunar qaqcha maki de la tarde a punto de saltar lejos de la noche)
lo que nos repudia del brillo de nuestra señora es su origen la copula imposible que la marca es que ella no debería tener impedimento para realizar obtener cazar lo que desea poseer su deseo las nalgas de Endimión el flasco con los dientes privilegio de dioses aquella frustración que la viscosa tradición de los neo-ge-latinos atribuyen a diana una aberración a la divinidad presunción antropocéntrica total somos el ombligo salido del universo mis gases crean galaxias nebulosas gusanos supernovas alimañas que nos reptan entre las piernas mientras soñamos
para eso y contra aquello
el negro peregrino de la ideia
para ella que todo sea amor no es una presunción descarada sólo para nosotros como bien lo advirtió con irónica rebeldía un cavalo chamado Agenor quien dio al amor ese cuerpo transparente que damos forma con la vacuidad y la plenitud de nuestro cansancio aunque al propio Agenor nunca le bastó
nuestra señora a la par que la parca mora en gotas sobre nosotros podría ir chupándonos la carne ahora mismo secándonos lentamente desde cada poro sin que nos diéramos cuenta con cada bocanada llevándonos a nuestra mínima magnitud un cascarón de barro seco al ocaso al viento de los metales lanzando por cortesía
cuando las soplo)
ese poema de Jorge Eduardo
sentados en un parque
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Friday, December 11, 2009
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Exitus
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Wednesday, December 09, 2009
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A quien todo le duele es porque viaja sentado
Las versiones del mundo son barcos que navegamos con cierta presunción de creer que en él llevamos a los nuestros, aunque lo usual es que la mayoría, por querer viajar acompañado, aborde la finca más grande y espaciosa y otra vez glande, donde todos lleguemos sentados sólo con rozarnos o darnos una que otra mirada escondida, digna de traficantes de órganos humeantes. Estos barcos tienen que sortear escollos y costras levantadas, o sea, lo que hay debajo de ellas, sangre seca y revuelta como medusas en la arena. No zozobrará si te amarras a su mástil y te vuelves su eje, lo que la equidistancia del cielo y el mar, lo blanco y lo azul o azul y amarillo. Ahora bien, hay que reconocer que cada embarcación, como a cada pescado le pertenece su hedor, le corresponde una singular naturaleza, ya sea de madera o de plumas y/o ambas. Ello es la vorágine de los indecisos, leporelos crudos, quienes al optar por una resolución deben atravesar muros de marejadas enhiestas, una fila de pelillos erizados, tal partisanos a punto de ser fusilados, por la electricidad del cuarto menguante. Y no sólo eso, sino que tendrán que esquivar los escupitajos, desde las esclusas, de los lirondos caballitos de mar, leporelos cocidos y fosforescentes, buenos para nadar en cualquier rugosa superficie: una mano roída por los gusanos o una ensalada de queloides en la cara. ¿Acaso puedes brillar sobre una mesa de plumas o en su defecto volar con astillas en la silla? Si tu respuesta es sí, entonces, infecta alma caritativa, llévame en tu viada.
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Tuesday, December 01, 2009
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